No me resisto... hoy que sabemos las candidaturas a los Goya

Diario de lecturas

Días de cine y lluvia

Aunque esté feo decirlo, reconozco mi afición al cine norteamericano y confieso el desinterés que me causa en general la cinematografía española, sobre todo porque así como Hollywood con frecuencia consigue mi sonrisa o mi emoción, el cine español parece pensaso única y exclusivamente para arrancarme un bostezo o una erección. La gente del sector anda siempre reclamando dinero público para subvencionar sus películas, pero no se paran a pensar si no sería más justo destinar buena parte de esos fondos a indemnizar a los espectadores. Muchos de nuestros cienastas de ahora consiguieron demostrarnos que mezclando la luz, el sonido y la lencería, se puede fabricar cemento. En "Versión Española" hablan constantemente de los éxitos de los invitados sin regatearse elogios los unos a los otros, de modo que al final de la presentación o del coloquio te quedas con la sensación de ser un idiota que no comprende a los supuestos genios, con frecuencia tipos que se expresan por la boca con menos lucidez que la alcanzarían con cuatro copas Chapli, Scorsese o Pollack expresándose por el culo. Si algo les ha salido mal, sólo lo reconocen previa advertencia de que la industria cinematográfica carece de medios. Solemne estupidez. El cine nace de un lápiz y de un papel, que son de las cosas más baratas que hay. Lo que ocurre es que aquí tenemos un serio problema de ideas, de diálogos, de planificación y de soltura, lo que explica que de muchas películas lo que mejor recuerdan los espectadores son los eructos y los jadeos. Luego resulta también que a nuestras actrices la modista sólo les prueba el agua de la ducha. No hay apenas papeles para chicas con ropa. Y eso es preocupante y desalentador. Basta con echar un vistazo a nuestras producciones. No puede de llenarnos de esperanza una cinematografía en la mayoría de cuyas películas el único personaje femenino que sale vestido y no jadea, es la mesa camilla. A pesar del cambio climático el invierno en Compostela suele ser duro, lo que anima a la gente a acudir al cine. Cuando me apunto a una película española por algún remordimiento o, sobre todo, para evitar la calle, al empleado le ruego me avise tan pronto haya dejado de llover. Una noche me puse en el "deuvedé" de casa una película en la que salía Eduardo Noriega. Después revisé "Cayo Largo". ¡Dios Santo!, en "Cayo Largo" ese muchacho guapo, caramelizado y sin pegada sólo podría haber hecho un papelito en los descartes del montaje con los que John Huston espesaba el whisky del desayuno. Pienso en Lionel Barrymore, en Bogart, en la Bacall y en Claire Trevor, en aquellos tipos duros cuyo perdón te haría temblar las piernas. En el cine español los guionistas no van por ahí. Aquí el único tipo duro por excelencia sigue siendo Lola Gaos.
Hay cosas en el cine que se podrían mejorar sin mucho dinero. Se podría mejorar, por ejemplo, la dicción de los actores, aunque luego resulte que la baja calidad de los diálogos sea aún más evidente. Algunos de nuestros supuestos genios cinematográficos tienen una pronunciación tan mediocre que no estaría de más que al espectador le subtitulasen las películas, a menudo filmadas en un idioma que no se sabe bien si es castellano, checo o se trata simplemente de una enfermedad de la garganta. Naturalmente, hay excepciones, como son los casos de Fernán Gómez y otros actores veteranos, como Pepe Sacristán, por ejemplo, o Tito Valverde, que mejoran cualquier texto que pronuncian, aunque luego corran el riesgo de que el Goya al mejor actor se lo arrebate la voz honda y mineral de Pilar Bardem, que tiene ese toque fonético a mitad de camino entre Marlene Dietrich y Santiago Carrillo.
Tenemos también un problema de falsa sencillez. Aquí le llamamos naturalidad cinematográfica a algo que en el mejor de los casos sólo constituye vulgaridad. hay naturalidad en la tensión dramática de "Un tranvía llamado deseo" y en el inquietante acoso criminal de "La jauría humana", filmadas sobre textos cargados de ideas, de vigor y de brillo, algo que aquí se nos da en contadas ocasiones porque nuestros guionistas le llaman naturalidad al sonido directo de la calle, al vocerío chascarrillero que lo que retrata no es nuestra sociedad sino un minoritario sector cutre y falsamente natural. Lo que se consigue por esa vía no es el cine, muchacho, si no el vídeo doméstico, del mismo modo que nuestros escritores cinematográficos están siempre al borde de un estilo cuya expresividad resulta incluso inferior a las aburridas y mecánicas diligencias policiales. Cuando concurren en una película docena y media de esos mediocres actores, entonces la crítica habla de "cine coral", como podría hablar lisa y llanamente de patio de colegio o de piquete sindical. En esa línea a caballo entre lo cutre y lo chistoso está el cine de Santiago Segura, cuyas películas, francamente, no perderían mucho si las hubiese filmado con un lanzallamas. Por eso uno tiene siempre la sensación de que las críticas del cine español tendrían que salir publicadas en la sección de obituarios, que es donde la realidad cultural española alcanza su máxima naturalidad.

José Luis Alvite, Almas de nueve largo, La Razón, 14 y 16 de diciembre de 2005.